Junio 09 2009
Mi compromiso con Euskadi
1900 es el año de los segundos juegos olímpicos en París. Ya entonces este tipo de eventos tenían cobertura de la prensa mundial, incluida la de periódicos de provincias, como los principales medios de Oklahoma. Sólo que en este caso no pudieron asistir por escasez de fondos, así que los corresponsales se juntaron para una comida en la que decidieron pactar como iban a rellenar el hueco en sus diarios de la cobertura de los juegos: iban a crear una noticia sobre el futuro derribo de la muralla china. Esa apertura significaría la entrada de capital estadounidense, más turismo… sólo que se enteraron en china, se lo creyeron, y fue la gota que colmó el vaso y estalló la revuelta Boxer, más conocida por los 55 días que las legaciones occidentales estuvieron sitiadas en el centro de Pekín.
El compromiso que asumí hace casi 9 años y que me lleva a la militancia política es asumir retos en clave de país para lograr una sociedad y unas instituciones mejores de las que había en el momento del inicio de mi militancia. Tal y como me enseñaron en la Universidad el objetivo de todo partido es la obtención del poder con el objetivo de transformar la realidad en el camino de los ideales programáticos del partido, y eso se logra, generalmente, mediante las urnas y los votos.
La Euskadi en la que creo es aquella en la que la sociedad civil tiene un papel importante en la vida política. Es la sociedad vasca la que debe ser protagonista de su futuro. Me estoy refiriendo tanto a la democracia participativa como su versión cibernética, el mundo 2.0. Cuando contribuí en la elaboración de un diagnóstico sobre la participación en un municipio bizkaino como práctica de un master en democracia participativa pude ver las potencialidades de una sociedad que sea capaz de plantearse retos y asumirlos, así como de generar dinámicas y sinergias propias, en lo cultural, en lo social, lo económico, y, porque no, en lo político. Obama (y sus campañas) no deberían ser una excepción.
Una Euskadi participativa es uno de los primeros niveles que creo fundamentales en el camino a ese ideal, una sociedad implicada, activa y preocupada a todos los niveles, que sea capaz de poner en valor las redes sociales, los barrios, los distritos, los pueblos y los valles de nuestro país. Suele decirse que el medio es más importante que el mensaje, y posiblemente sea así en tanto en cuanto primero tenemos que tener bien claro cual es el mecanismo por el que se encauza el sistema para que después el agua pueda fluir por los diferentes canales. Y la pedagogía y la cercanía son valores irrenunciables, tanto de abajo hacia arriba como desde arriba hacia abajo. Y en formato horizontal también.
Euskadi no es sólo la tierra de mis antepasados, es la tierra de mi elección, la que adopto como mía. Algunos dirán que es una neura personal. Pero cuando se junta con otras la cosa pasa a ser colectiva y entonces entra en juego el principio democrático. Y nadie debería ser capaz, si es verdaderamente demócrata, a negarle a Euskadi y a su ciudadanía a ser lo que decida libre y soberanamente para su propio futuro, como reza el lema andaluz: por sí y por la humanidad. Porque en Euskadi preservar el Euskera es preservar un patrimonio de la humanidad.
Mi compromiso con los Derechos Humanos es inquebrantable e indivisible, no porque haya estado en congresos internacionales de derechos humanos, sino por creer en una causa que enarbola unos principios éticos básicos de obligado cumplimiento en su plenitud, siendo indisoluble su cumplimiento, sin ser a expensas del cumplimiento futuro de otro apartado en sentido inverso. Todos los derechos humanos para todas las personas, sin excepciones.
Una Euskadi en paz y participativa, una Euskadi que avance en el reconocimiento de los derechos de sus ciudadanas y ciudadanos, en que todas y todos somos iguales en derechos y obligaciones, ante las instituciones y entre nosotros. Porque nuestro futuro colectivo pasa por la defensa de unos valores que proporcionen un paraguas a nuestro modelo social y económico, cómo concebimos el trabajo y el paro, la sanidad y la educación, la vivienda y los servicios sociales, el transporte y el deporte, entre tantas materias de interés general. Aunque probablemente previamente la sociedad necesite conocer realmente cómo se encuentra actualmente cada cosa para poder percibir el cuadro competencial en toda su complejidad.
Somos una nación que aspira a ser un estado. Es un convencimiento de que este país no es menos que otros, y que la militancia abertzale en este país conlleva que en algún momento futuro se aspire a dar un salto cualitativo que nos acerque a la consecución del sueño de ser una República Vasca en Europa. Pero no es posible construir un estado sin su ciudadanía, y ahí es donde entra en juego el concepto de inclusividad, de participación y de dar la palabra y la llave a la sociedad para que sea ella la que decida cual es el modo y el momento apropiado, y para ello es imprescindible contar con ella, con la sociedad vasca, desde el primer momento.
Desde mi militancia en Eusko Alkartasuna no concibo una Euskadi que no sea garante de derechos sociales y laborales, en la búsqueda de una mayoría ciudadana que se sienta a gusto en el esquema de satisfacción, y en el que los grupos alejados del mismo sean minimizados por la acción en clave de discriminación positiva por parte de las instituciones públicas. Porque yo creo en el valor de lo público, lo que nos es común, lo de todas y todos. Desde el momento en el que nos decidimos dotar de instituciones que rijan parte de nuestros porvenires es algo inexcusable la responsabilidad de dichas instituciones al buen funcionamiento y a dotar de bienes de calidad a todas y cada uno de sus ciudadanos por el mero hecho de serlo, públicos y de calidad.
Una Euskadi progresista, con unas instituciones fuertes y responsables del conjunto de su ciudadanía, que sean capaces de generar y/o de impulsar las redes existentes, de apostar por la democracia participativa, por la paz, por los derechos humanos, por la generación y redistribución de la riqueza en pos de la igualdad y, claro, continuar pensando en clave nacional, porque este pueblo, el pueblo vasco, se merece un futuro propio en el marco de la Unión Europea.
Los puntos planteados, como decía con el ejemplo del inicio, se pueden obviar, se puede crear una ilusión que puede, incluso, generar fricciones que desvíen el punto de vista desde lo sustancial a lo accesorio, pero los que estamos implicados con el futuro de este país no podemos cejar en el empeño de construir la Euskadi del futuro, la que vemos en el horizonte, aquella Euskadi que amamos, tanto por nuestros antepasados como por nuestros futuros descendientes y, sobre todo, para los que aquí compartimos la tierra que va desde el Ebro hasta el Adour. Estos son los compromisos que proyectan sobre mi militancia política, los que me llevan a afirmar que todas y todos somos más necesarios que nunca en la construcción social y nacional de nuestro país: Euskadi.
Juan Carlos Pérez Álvarez
Eusko Alkartasuna de Getxo